Espejo roto




No voy a ver a nadie a mi lado cuando gire la cabeza, estoy de pie, mirándote. A ti.
Tú me desgarras. Me lanzas zarpas con esa mirada, explotas en mis adentros dejando lágrimas y gritos cómo ceniza. Dejas marca, dejas huella.
No me sostienes y no me dices que todo va a ir bien, te limitas a mirarme, a que quiera romperte en mil pedazos de un solo golpe.
Siempre has estado acechando, observándome como a un experimento, pero al igual que el más bello de los ballet rusos, te deslizas junto a mi a exacto compás cuando caigo; murmullas entre dientes mi vida, y sientes mi frío en tu esternón. Has convertido el infinito en un cinta mal enlazada y acaricias cada amanecer a Libertad, tu mascota sumisa.
Jamás parpadeas, me agitas, me tiras y me usas, como si de una bola de papel se tratara. Bruscamente te escondes, pero sigues mirándome.  No puedo apartarte la mirada y las máscaras entre tú y yo no serían más que un fino jersey en una noche fría.
Puede que tengas razón y que tenga que quedarme ahí, quieta, mirándote como haces siempre conmigo. Dejaré que me desgarres, que me arrojes palabras en silencio hasta que reaccione de una vez.

Quise oír como sonaban las puertas del cielo, y te golpeé, te destrocé,  disfruté viendo como mil cristales caían de la pared al suelo. Por fin, tú, eras la que sentía el suelo helado, la que se derrumbaba.

Bajé la cabeza,
siempre me he visto mejor reflejada en un espejo roto.

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