Al abrir los ojos por la mañana lo único que hacía era mover
a tientas los brazos para poder tocarte, para saber que seguías a mi lado, tan
sereno y tranquilo como siempre.
Podía pasarme horas mirándote, sintiendo que nuestros
corazones latían al mismo compás, bailando tranquilamente por la melodía de tu
respiración. Encontrándote entre las sábanas mientras tú, aún dormido me
abrazabas como si te fuese la vida en ello.
Me encantaba sentirme tan viva, mirar tus facciones sin
ningún ápice de miedo y vaciar mis pulmones, sabiendo que el oxígeno que los
impregnaba paseaba también por cada uno de tus alveolos.
El resto del mundo no me importaba, a veces, en el ascensor
de la oficina, pensaba que si estuvieras aquí, tú y yo nos reiríamos de todas
esas caras grises que habían sucumbido a la rutina, pero simplemente no podía
tenerte todo el tiempo que me hubiera gustado.
Porque la vida siempre hace de las suyas, dejando que el
miedo se acunara en tus ojos y que el otoño hiciera nido en mi esternón.
Y mientras los meses pasan, mis huesos se rompen y las hojas
de los árboles caen y se pudren, sigo deseando irme a dormir, para despertarme
al día siguiente y ver que podrías seguir a mi lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Qué te ha parecido? ¿Tienes alguna crítica constructiva? ¡Comenta y opina!