Cuentos de Marianne I: no tengo hogar


Marianne era la lucha entre las expectativas y la realidad. 
Desde que la conocí me llamó la atención todo de ella, la forma que tenía de tocarse el pelo, la suavidad al pasar las páginas de los libros, su camiseta de los smiths desgastada y esa sensación que me hacía vibrar cuando me miraba y dejaba entrever un gesto que parecía una sonrisa. Pero cada vez que intentaba ir más lejos, se encendía un cigarrillo, y me decía que «el pasado es para los que tienen hogar». Así que respiraba hondo y la besaba para olvidarme de que no podría tenerla, no de la forma en que ella me poseía a mí, pero el simple hecho de estar en la habitación, regalándome sus gestos, sus posturas, sus contoneos, su literatura, era un privilegio. 
Y por las noches fantaseaba con la idea de que un día me dijese “esto nunca se lo había contado a nadie antes”. 
No encontré el límite entre lo que tenía y lo que quise, la imagen de Marianne se aguó en el humo de los cigarrillos mientras perdía el camino de vuelta a casa. 

-Yo tampoco tengo hogar- me dije para mis adentros. 

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