Afrodita, hazme el favor



Anne, Anne...¿No es maravillosa la curva que hace la lengua en la boca al pronunciarlo?
Recuerdo a esa chica sentada en la última fila de clase intentando ser invisible, aunque conmigo no funcionó, su sola presencia me volvía colérico.
Podía camuflarse con ropa común, haciendo ese patético intento de ser aceptada por la mayoría cuando en sus ojos relucía una llama inconforme, pidiendo carbonizar la mediocridad.
Su timidez y discreción atenuaban su luz interior, pero a mí prácticamente me cegaba. ¿Qué más puedo decir de ella? Me poseía en cuerpo y alma sin ni siquiera tocarme.
Sentía la urgencia de hacerla brillar, de paliar todos esos prejuicios que probablemente ella esperaba si se mostraba auténtica, genuina.
Quería ser su pigmalión, darle vida. Y en Abril, la última fila quedó vacía.

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