Vetusta memoria



Recuerdo las rosas amarillas y blancas en el jardín, la enredadera subiendo por la fachada de la casa que por fin aceptó ser nuestro hogar.

Todo lo que tocabas obtenía un significado inherente a nosotros. Los anaqueles de la librería estaban repletos de los versos que me acariciabas antes de dormir; el salón contenía todos esos mimosos parpadeos que nos convertían en ángeles; las grietas en la pared eran los empujones que terminaban con un orgasmo, y la alfombra custodiaba las verdades que poco a poco nos decíamos.
Nos recuerdo en el dormitorio, sentados el uno delante del otro, cara a cara, tocándonos las manos y haciendo formas en el aire, pernoctando fuera de nuestra mente, sellando en esa habitación lo que poco a poco se acababa de convertir en nuestro mundo. 
Pasando de ser dos a ser uno, dejando que la enredadera nos cubriera.


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