Si mañana nunca llega.

Abrió los ojos pensando que el mundo había cambiado. Le dolía la cabeza por la resaca, y ni siquiera podía apartar la mirada del techo, le relajaba la pintura blanca y las suaves sombras que se vislumbraban a través de la ventana. Tenía que levantarse, dejar que el domingo le mordiera el culo. El piso estaba hecho un desastre, habían botellas esparcidas por el apartamento, vodka derramado en la mesa y juraría que vio alguna bombilla rota.

Encendió la cámara de fotos para tener algo de información sobre la locura de la noche anterior, pero no había nada. Se rascó la cabeza y pensó que pudo haber estado sola con sus fantasmas, que se dejó llevar por la luna, las luces de la calle y los recuerdos de la gente a su alrededor, esos que fingían preocuparse por ella.

Cuando sostuvo la cámara en las manos observó un tatuaje en su muñeca, estaba rojo e hinchado y probablemente en un arrebato, la noche anterior algún artista la marcó para siempre.

La tinta negra marcaba un “face my demons” con caligrafía delicada, y se quedó suspendida en el aire durante un tiempo que olvidó, mirando su piel, su darma vital que le obligaba a encararse con todos esos vidrios rotos que siempre se había guardado para ella. ¿Y ahora que se suponía que debía hacer?

Su cuerpo estaba hecho polvo y ya había malgastado demasiado tiempo pensando sin decir nada.

Se duchó, dejando que el agua templada se llevará todo lo que le atormentaba, sintiéndose reconfortada; sentía sus venas rebosantes y los pulmones llenos; le dolía la muñeca pero pensó que a veces necesitamos dolor para sentirnos vivos, puede que ella necesitase ese dolor, esa marca en la piel, para recordar que a pesar de las complicaciones; podía levantarse al día siguiente, (con los huesos quebrados) pero al fin y al cabo, despierta.

Lo dejó pasar, dejó que se marcharan todas esas situaciones que por las noches se adherían a su mente como una telaraña, dejó que se esfumasen en esa ducha, y aunque se sentía mejor, una parte de ella se perdió en el desagüe.