-Podemos ser los reyes
de esto nena-.
¿Cómo no querías que
me derritiera cuándo me decías eso? Sabías exactamente que decir
en cada momento, incluso el día en que te conocí. Me dedicaba a
mirar a lo lejos, deseando que todo aquello que había vivido no me
persiguiera como a una indefensa presa.
Moviste tus manos y
uniste los dos pedazos de mi corazón, luego me dedicaste esa mirada
tan tuya, tan de chico malo abandonado y me avisaste que como
siguiera corriendo bajo la lluvia acabaría con una pulmonía. Ay mis
pobres pulmones, no me importaba enfermar, ¿Es que no te distes
cuenta que en ese momento me arrebataste mi respiración?
Eras un malo de película,
desaliñado, poeta maldidista y capas y capas que recubrían a la
persona que escondías.
Me divertía ver como te
deslomabas las neuronas intentado adivinar en qué pensaba en esos
silencios que te dedicaba o cuando creías que había huido de ti
cuándo en realidad me refugiaba en el balcón para ver la ciudad
dormida, el miedo en tus ojos era palpable.
Eras tan protector...
incluso cuando nos peleábamos. Las discusiones entre tú y yo eran
como las nubes al café, eran el pistoletazo de salida para nuestras
hormonas. Estallábamos en el dormitorio como fuegos artificiales,
dejando que nuestras almas nos miraran desde el techo con cara de no
entender nada.
Fuiste el intermedio en
el largo invierno que vivía, efímero pero intenso. No te culpo
cariño, me prometiste el mundo y me sentí reina, pero tuve que
irme. Te lo recordé todas esas mañanas en que me abrazabas por
detrás y me fundía contigo, que yo no merecía todo lo que me
dabas.
Cuando leas esto no
quiero que me busques, fuiste la mecha de una bomba que reventó la
jodida burbuja que me rodeaba, me salvaste de mi misma y jamás podré
compensarte por ello.
Te diré que te quiero,
que eres ese miércoles mágico que me robó el aliento y que fuiste
los orgasmos clavados en mis costillas.
Y me quedaré esperando
en esta ciudad, a que otro malo de película me salve del alto listón
que le pusiste a mi realidad.
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