He cortado una de las hojas de la agenda solo para hacer tangible lo mucho que necesito que el 21 de febrero desaparezca. Tenía que cortarla, porque el día en que nos conocimos no debió existir nunca. No solamente porque todo sería sencillo, sino porque tú sabrías quien eres y a mí no me dolerían tanto los huesos.
Siempre supe que las cosas que suceden rápido y con demasiada intensidad no son buenas, solo que contigo, lo olvidaba.
Y ahora yo estoy escribiendo en un papel que pronto quemaré y tú probablemente estés en un bar, machacando tu riñón o haciendo el loco con la moto por un poco de adrenalina. Somos iguales, a nuestra manera. Observamos todo lo que nos rodea, y perdemos poco a poco todo lo que tenemos sin hacer absolutamente nada para pararlo. Y tuvimos que coincidir en ese puto túnel, esa puta noche. Yo con unos desconocidos, tú con unos desconocidos, y lo único que supimos hacer era mirarnos, mirarnos como si eso nos diese un poco de aire.
Esa noche yo callaba mi vida entera pero intuías todo lo que rondaba por mi cabeza, incluso aquello que me gustaría que no fuese real. Me daba miedo que en cualquier momento una de tus miradas me hiciese vomitar todo lo que escondía, pero la seguridad que me dabas era algo que hacía demasiado que no probaba.
Hasta que en tu apartamento lo único que supe hacer fue llorar, y caer por piezas, desmontándome poco a poco, porque nadie nunca me había mirado a los ojos de esa manera.
-Cúrame. Cúrame por favor. - Era lo único que me dejaban decir mis lágrimas. Sentía que podías devolverme a la vida. Y dejé que tus manos me curaran, que tu cuerpo hiciese de desfibrilador solo por una noche. Y seguías mirándome como nadie antes.
Me hubiese gustado quedarme en tus ojos toda la vida, créeme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Qué te ha parecido? ¿Tienes alguna crítica constructiva? ¡Comenta y opina!