-¿Por qué me miras así? Me inquieta
que te quedes fijo, concentrado, escudriñando cada detalle de mi
cara, como si en cualquier momento te dieses cuenta de que oculto
algo o estoy mintiendo. Me asustas.
-Soy yo el que está asustado, no te
engañes. Me gusta la forma en que cierras los ojos, en cómo se
expanden tus pestañas cuando llegan al punto más cercano a tus
mejillas pero tu mirada baja y ladeada... es como si intentases huir
a otro sitio.
-No digas tonterías ¿a dónde iba a
ir? ¿por qué iba a irme?
-Ahí tienes tu respuesta Marianne.
-cogí aire, todo el que pude.
Te preguntas antes a dónde que el
porqué, y tengo miedo de que si hago cualquier estúpido movimiento
te asustes y te vayas corriendo. No quiero ser otro tipo abandonado,
apuñalado por esa adictiva forma que tienes de ver, o no ver la
vida.
-Pero ¿y si me voy y al volver me
reenamoro de ti? -Sus ojos pasaban intermitentemente por los míos,
me sentía como si la estuviese echando en aquel momento. No la
echaba, pero dejé que se fuera.
Nunca unos ojos habían sido tan claros
al desear libertad, o tal vez es lo que quise interpretar yo. Han
pasado unas cuantas semanas adheridas a unos cuantos meses y, como
cada mañana me preparo el café y espero a que esa complicación en
forma de chica vuelva a aparecer por el apartamento. ¿Quién sabe?
Por si acaso, le pedí un deseo a una de sus pestañas antes de
sentir la ráfaga de aire que hizo la puerta al cerrarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Qué te ha parecido? ¿Tienes alguna crítica constructiva? ¡Comenta y opina!