Esta eres tú. Llueve y el viento no quiere obedecer. Esta eres tú, de pie, descalza, sintiendo el dolor de las minúsculas piedras en el suelo, sin que te importe el aspecto que tendrás empapada y sola. ¿Sola? No, no estás sola.
Esta eres tú, en un precipicio, tal vez real, tal vez imaginario. Tienes los ojos cerrados y estás en paz, a pesar de que el salitre y el vapor gélido se clavan en la garganta y en el diafragma.
Alguien canta, el océano. Se oye el choque de las olas contra las rocas, la espuma del agua, el grito del azul.
El mar no está tranquilo, no quiere calmarse, el cielo le está diciendo algo y no quiere admitirlo. Pero tú, quieta, con una lluvia que te cala hasta lo más insondable, puedes ver. No necesitas abrir tus párpados para descubrirlo, sabes que está ahí.
El frío de unas gotas que poco a poco deforman tu vestido, un viento que te empuja hacia el peñasco, hacia el abismo; una imagen dentro del agua, sin fondo.
Esta eres tú, ¿puedes verlo?

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