Estas son las cosas que perdimos en el fuego. Y ahora, cuando llueve, te das cuenta de todo ello. Cuando las gotas pasan de ser una capa invisible a líneas blancas, centelleantes, liberándote. Cuando el ritmo se acelera y tú sientes que has perdido algo.
Porque a medida que el cielo emblanquece tú abres los ojos y te observas por dentro. Repasas con las yemas de los dedos todos esos agujeros internos que tienes, mientras las gotas acarician tu piel, tu muro, tu máscara.
Porque no hay nada más vulnerable ni más fuerte que tú bajo la lluvia. Nadie puede mentirle.
Así que cuando las cosas te cambian y te vuelves más frío o más desconfiado, dejas que la lluvia se lleve toda esa presión y aceptas que has cambiado. Porque sigues vivo. Tal vez más solo, creerás, pero mírate, estás contigo mismo.
Y cuando las nubes sean tan espesas que no te dejen ver más que unos metros de tu ciudad, serás insignificante. Y verás que no estás solo.
Cogerás un paraguas, tal vez te quedes en casa y pondrás esa canción tranquila que reservas para días como este.
Pero tú ya no serás el mismo, ¿y sabes? eso está bien.
Y cuando las nubes sean tan espesas que no te dejen ver más que unos metros de tu ciudad, serás insignificante. Y verás que no estás solo.
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